lunes, junio 15, 2009

Libros

Yo crecí entre cientos, quizás miles de libros. En mi pequeña casa de poco más de cincuenta metros en el casco antiguo de Sevilla, todas las paredes del salón, de la salita, del dormitorio compartido con mis hermanos y del trastero estaban cubiertas de estanterías muy altas, o eso me parecía a mí entonces, llenas de libros y más libros. Incluso había un mueble en el cuarto de mi tía, "el mueble de la tita" lo llamábamos, que encerraba bajo llave varios anaqueles también llenos de libros.

Colecciones completas de clásicos junto a novelas de aventuras, libros de viajes, ensayos, tratados de historia, poemarios, diversos diccionarios, como el fascinante de sinónimos y antónimos, enciclopedias, recetarios y herbolarios -mi abuelo fue mozo de farmacia- se apilaban desordenadamente llenando las tablas que se combaban bajo el peso de tanto papel impreso.

Aquello siempre fue una lucha entre mis padres. Mi madre, aunque buena lectora, se encontró de recién casada con aquella enorme y ajena biblioteca, herencia de mi abuelo paterno, que llenaba la casa de polvo y que abría las estanterías hasta llegar a romper en más de una ocasión las paredes a las que estaban fijadas, con el consiguiente derrumbe en vertical de varios estantes hasta el suelo y mi alegría por descubrir lo que escondían las tablas más altas, a las que no llegaba ni encaramándome a una silla, acompañada por la eterna discusión entre mis padres sobre qué hacer con los libros.

Y mi padre. Mi padre, que amaba los libros, o quizás los conservaba como un último y postrer recuerdo de su padre, pero que era tan intelectual que no podía dedicar ni un segundo de su tiempo al mantenimiento de toda aquella montaña en permanente deterioro. Es curioso, pero no recuerdo haberle visto casi nunca leyendo alguno de aquellos libros. El era, más que lector, escritor, buen poeta y coleccionista.

Y yo, que en medio de aquel barullo de riñas, olores a comida y ropa recién lavada, ruidos de la calle y gritos de mis tres hermanos, me escondía en la sala a descubrir cada día un nuevo libro que me llevase de viaje por mundos hasta entonces desconocidos.


Sevilla, Junio de 2009

sábado, junio 13, 2009

De soledades y corazas

"Entró, y con los ojos entornados, apasionadamente, unió sus labios a los míos y nuestras lenguas se encontraron... Jamás había recibido un beso como aquel."

Pierre Loüys
Las canciones de Bilitis


...Luego, mirándome a los ojos, ella comenzó a hablar:

- Las cosas del amor, como casi todo en esta vida, son mucho más sencillas. De hecho, el principio de la navaja de Occam dice exactamente eso. Los sistemas tienden siempre a escoger la solución o la alternativa más sencilla de las que pueden elegir.

Cuando nos enamoramos no estamos confusos. Creo que cuando se está enamorado, y tu lo sabes tan bien como yo, puede que el resto de nuestra vida sea una confusión, pero nunca el amor que sentimos por el otro. Cuando me dices que estas confuso, yo sé que no estas enamorado. Cuando te digo que estoy liada, te estoy diciendo que aunque te quiero mucho, no estoy enamorada de ti.

Honestamente, creo que las corazas no existen en el amor. Creo que existe el deseo sin amor, el amor sin deseo, el cariño enorme por alguien, la amistad profunda entre dos personas que a veces se confunde o se desea desesperadamente confundir con amor. La necesidad de que nos quieran y la necesidad de querer, que a veces es tan importante o más que la de ser querido. La rabia por no ser capaz de sentir lo que se querría sentir, porque alguien que conoces tiene tantas cosas buenas, interesantes y maravillosas que no entiendes por qué no te enamoras de él. Y la lógica, a la que nunca hacemos caso, cuando nos enamoramos de quien no nos quiere o no nos conviene y dejamos ir a quien nos conviene y nos quiere.

Y por supuesto, existe también la mezquindad, el egoísmo y la mentira para con el otro. Pero corazas, no. Dime si cuando te has enamorado has sido capaz de poner alguna coraza para evitar sufrir. Dime si has sido capaz de renunciar a ella porque sabías que no te convenía. Dime si no has perdonado hasta lo imperdonable o no has entendido hasta lo que no era posible entender. Dime si no has querido a pesar de saber que ella quizás no te querría y no has temido decirlo en voz alta aun a riesgo de recibir el silencio por respuesta.

Con lo que tu y yo tenemos, y con bastante menos, hay gente que forma una pareja y puede que para toda la vida. Y posiblemente hasta sean muy felices, o quizás, razonablemente felices.

Las preguntas que te hago, que yo misma me hago, son, en definitiva:

¿Estamos tu y yo dispuestos a ser muy felices a ratos y razonablemente felices el resto del tiempo? ¿Estamos dispuestos tu y yo a perseguir eternamente una quimera que quizás nunca llegue y dejar pasar mientras el amor real, el de verdad, el que quizás hay entre nosotros y que no reconocemos porque ni siquiera es lo que imaginamos que es? ¿Es posible que nos enamoremos poco a poco el uno del otro? ¿Es posible que el cariño, la amistad profunda que nos tenemos den paso sin saber cómo a un amor de verdad, apasionado, entregado, sin condiciones, sin reparos y sin dudas?

Yo ahora no soy capaz de responder a estas preguntas, o quizás si, pero me respondo distinto según la hora del día, o según como estén mis hormonas en ese momento...


Sevilla, Junio de 2009

viernes, junio 05, 2009

El escita (variaciones sobre "La coraza" II)

"La gloria solo dura un instante, luego todos la olvidan. Pero el pesar puede acompañar al guerrero toda su vida."

Isabel Roblas


El guerrero escita entra cauteloso, espada en mano, en la cabaña en penumbra. Fuera aún resuenan los últimos lamentos de los heridos entremezclados con los gritos de los vencedores. En un rincón, cerca de un fuego moribundo, sucia de hollín y temblando de miedo y frío yace la bella esclava georgiana. Un inesperado temblor, un cansancio infinito por tantas muertes sin sentido invade su cuerpo cuando se cruzan sus miradas y la rubia mujer alza sus brazos implorantes hacia él.

Deja caer la espada y quitándose la armadura y el casco se acerca a ella y la acuna entre sus brazos, mientras le susurra al oído, en un extraño idioma, palabras para tranquilizarla.

Un instante más tarde, cuando sus compañeros, sedientos de sangre, irrumpen en la cabaña, hunde con extrema delicadeza su daga en el cuello de la esclava. Se levanta, toma de nuevo su espada y afirmando los pies en el suelo se dispone a morir junto al cuerpo agonizante de la mujer que acaba de descubrir que ama.


Sevilla, Junio de 2009

jueves, junio 04, 2009

El escita (variaciones sobre "La coraza" I)


Una historia de cinismo y cobardía disfrazados de piedad
.

El guerrero escita entra cauteloso, espada en mano, en la cabaña en penumbra. Fuera aún resuenan los últimos lamentos de los heridos entremezclados con los gritos de los vencedores. En un rincón, cerca de un fuego moribundo, sucia de hollín y temblando de miedo y frío yace la bella esclava georgiana. Un inesperado temblor, mezcla de amor y deseo, recorre su cuerpo cuando se cruzan sus miradas y la rubia mujer alza sus brazos implorantes hacia él.

Deja caer la espada y quitándose la armadura y el casco se acerca a ella y la acuna entre sus brazos, mientras le susurra al oído, en un extraño idioma, palabras para tranquilizarla.

Un instante más tarde, en un último acto de piedad, hunde con extrema delicadeza su daga en el cuello de la mujer. Y disimulando las lágrimas, enarbola triunfante las joyas de la esclava ante sus compañeros, que sedientos de sangre, ya irrumpen en la cabaña. Un guerrero escita no puede mostrar compasión con los vencidos.


Sevilla, Junio de 2009

La coraza


Para Isabel, que me rescató cuando estaba a punto de caer al abismo.



"Te dije muchas veces que yo pertenecía a África. Y desde que llegué destinado como teniente médico a Sidi Ifni en 1964, supe que me quedaría en África hasta el fin de mis días."

Javier Reverte
El médico de Ifni


El guerrero escita entra cauteloso, espada en mano, en la cabaña en penumbra. Fuera aún resuenan los últimos lamentos de los heridos entremezclados con los gritos de los vencedores. En un rincón, cerca de un fuego moribundo, sucia de hollín y temblando de miedo y frío yace la bella esclava georgiana. Un inesperado temblor, mezcla de amor y deseo, recorre su cuerpo cuando se cruzan sus miradas y la rubia mujer alza sus brazos implorantes hacia él.

Deja caer la espada y quitándose la armadura y el casco se acerca a ella y la acuna entre sus brazos, mientras le susurra al oído, en un extraño idioma, palabras para tranquilizarla.

Un instante más tarde, cuando el puñal parte en dos su corazón, solo tiene tiempo para pensar que jamás debió haberse despojado de su coraza.

Sevilla, Junio de 2009

lunes, junio 01, 2009

Vértigo

Vértigo,
cuando bailas conmigo,
tu negro cabello al aire
y tu risa feliz que resuena
en el salón lleno de gente.

Vértigo,
cuando estás desnuda
entre mis brazos. Y vértigo
de mirarte y de tocarte tan sólo
con la punta de mis dedos.

Vértigo,
de tu melancólica tristeza
y de tu presencia tranquila
y de tu voz suave
y serena.

Vértigo,
tanto vértigo, que me iré
y me quedaré otra vez
a solas con mis fantasmas
y maldiciendo mi vértigo.

Vértigo es una variación de un poema de verso libre con el mismo título, publicado originalmente en Después del miedo, mi otro blog, en Marzo de 2009.

Sevilla, Junio de 2009