De aquel viaje a París hay un instante que no puedo olvidar. Había entrado en una de esas horribles tiendas de recuerdos que hay en todas las grandes ciudades. Paseaba distraído entre estantes llenos de camisetas, tazas de desayuno y pequeñas reproducciones de la torre Eiffel. No recuerdo con claridad porqué estaba allí. Quizás hacía tiempo para entrar en un museo cercano o puede que esperase a alguien. Ya lo he olvidado. El caso es que me había parado delante de unas espantosas figuritas de escayola de la Victoria de Samotracia, entre sorprendido y horrorizado por encontrar, también en esa maravillosa ciudad, ese tipo de regalos que cuando los recibes de un amigo viajero, no sabes, definitivamente, en que lugar de tu casa esconderlos.
Supongo que hice algún comentario a media voz, solo para mí, o eso creí, porque ella debió escucharlo, y se acercó enseguida a pedirme en español -no hablaba francés, y me explicó que escuchar a alguien hablar en su idioma, la había animado a hacerlo- que le hiciera una foto con su móvil. Me contó que estaba allí de vacaciones, sola, un poco perdida pero cumpliendo uno de sus sueños. Visitar en la corta semana de que disponía todos los museos importantes de la ciudad.
Era muy guapa, morena, de ojos rasgados y una mirada penetrante, que casi te hacía sentir incómodo, como si en un momento estuviese arrancándote los más profundos secretos de tu interior. Llevaba una gorra a cuadros rojos y negros y el cabello le caía desordenado sobre los hombros.
Le propuse fotografiarla fuera, en la calle, delante de uno de esos típicos cafés parisinos, pero no, ella quería aquella foto justo allí, delante de un montón de camisetas serigrafiadas con un "Paris, je t'aime" en enormes letras rojas.
Se plantó delante mía, con su cara iluminada por una enorme sonrisa de felicidad, y de repente, aquella foto -tan mala como puede ser una foto con un móvil- bajo aquella luz horrible de los focos del techo que se peleaba a muerte con la que entraba desde el exterior, se convirtió en la más importante de mi vida.
Le hubiera hecho decenas, cientos de fotos, solo para prolongar aquel instante. La quise invitar a un café, que ella rechazó amablemente. Me dio un par de besos en las mejillas y se perdió, sonriendo, entre la multitud de turistas que invadían las aceras de los Campos Elíseos.
Quizás no me creas, pero sigo recordándola a todas horas y maldiciendo mi timidez. Quizás no me creas, pero fue el momento mas hermoso e intenso de aquella semana en París.
Sevilla, Noviembre de 2010
No hay comentarios:
Publicar un comentario