Para Soledad, que supo de esta historia antes de que la escribiese.
Le ordenaron que esperase, delante de la puerta grande, el regreso del rey. Se quedó quieto, con la mirada fiera y al frente, como le habían enseñado, apoyado en su lanza y levemente encorvado. Pasó un día y otro y otro. Llegó el verano y tras él las lluvias. El polvo que levantaban los carromatos que atravesaban el camino y los excrementos de los pájaros que anidaban en un bosque cercano lo fueron cubriendo lentamente. Tras siglos de espera seguía allí, fiero y solemne, petrificado, guardando la puerta para un rey que nunca volvió.
Sevilla, Diciembre de 2012
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