- Esta noche estaré solo. A no ser que quieras pasarla aquí conmigo.
- No, que eres muy peligroso.
- No más que tu, cariño.
- Podríamos haber quedado antes para ir al cine de verano. Así todo habría sido más fácil, pero se me acaba de ocurrir ahora. Desde hace unos días lo único que me apetece es sentarme a ver películas en la televisión.
- ¿Ya no quieres nada con los hombres?
- No, No es eso. Es que me tengo que centrar. No puedo salir a la calle con las bragas por las rodillas. No es mi estilo y tengo que volver a ser quien era.
- Siempre pensé que esa no eras tu. Tan modosita hace veinticinco años... Y los últimos meses parecías un putón verbenero.
- Jose, yo no soy modosita. Cuando estoy con el hombre que quiero, nunca lo soy. Con los ligues de una noche soy pudorosa, porque siento que no merecen conocer más de mí que lo poco que les muestro. Nadie que me crea fácil de llevar a la cama, sabrá nunca lo que pudo haber descubierto conmigo. Me gusta jugar a no gustarles demasiado, a ser un trozo de carne entre sus manos, a tomar todo lo que me puedan dar sin ofrecer más que migajas a cambio. Nunca soy tan egoísta como cuando estoy con un desconocido en la cama.
- Los desconocidos deberían dejar de serlo un poco cuando te acuestas con ellos.
- Te equivocas, Jose, como casi siempre. No hay nada más insoportablemente lejano y absurdo que un cuerpo extraño agitándose sobre ti en la penumbra de tu habitación.
- Me asustas cuando hablas así, cariño.
- Nadie dijo que a mi lado nunca ibas a sentir miedo, Jose. Eso se queda sólo para las fantasías de Corín Tellado.
- Entonces, hasta mañana, Antonia.
- Eso ha sonado muy rotundo, Jose, casi a despedida definitiva.
- Tu nombre es rotundo, se escribe y suena rotundo, es algo que no se puede evitar.
- Podrías escribir una historia con ese título, cielo.
- Quizás mañana la escriba.
Sevilla, Julio de 2013
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