viernes, junio 21, 2013

Solsticio de verano

- Yo ya no como croquetas, Paloma.
- ¿Ni siquiera una por mí, Jose?

El chiringuito está casi lleno. Hace unos años, no muchos, lo han reformado, y ahora el negocio familiar tiene un aspecto moderno, muy chill-out. Camareros de negro, vajilla minimalista y carta reducida con platos que llenan un par de líneas con una exhaustiva descripción de sus ingredientes.

Él viene de muy buen humor y mientras esperan mesa, bromea con el camarero y con ella. Por fin los acomodan en una mesita pequeña, para dos, junto a la cerca de madera que rodea el porche. El sol del mediodía no es demasiado fuerte y el mar parece una lámina de vidrio azul.

Es el primer día de playa que pasan juntos y han estado toda la mañana charlando, intercambiando secretos y confesiones. Ella le ha contado del libro de los besos y de una historia de amor que tuvo un final diferente. Le ha hablado de su gran amor, del príncipe verdadero que sigue teniendo un lugar en su mesita de noche y en su corazón. Y de lo difícil que es para los demás hombres competir con la juventud eterna y con la insuperable perfección de los momentos felices congelados en el tiempo.

Él le ha hablado de deseos y curiosidades tardíamente satisfechas que jamás se atrevería a confesar a sus hermanos, de prostitutas que no besan y de masajes con final feliz. De los amores que perdió y del Amor, que continuamente se le escapa entre los dedos. Y de Borges. También le habla de Borges y de sus cuentos, pero no le ha dicho que sólo habla de Borges cuando se topa con una sirena curiosa y preguntona como ella.

Sobre la mesa ella ha extendido un reguero de piedras con forma de corazón que ha encontrado esta mañana en la arena. Cuando se las enseñó, jugó a descartar algunas - porque aún les queda un ratito, dijo, para convertirse en corazones verdaderos - y a él le encantó verla arrojarlas de nuevo al mar.

Ella le cuenta de sus planes, del año sabático que empieza mañana y de que quiere volver a estudiar. Porque las sirenas modernas necesitan aprender, quieren saberlo todo sobre la ciencia de los hombres y necesitan documentarse para sus escapadas a tierra firme. 

Él sabe que ella se irá pronto y piensa en lo afortunado que ha sido conociéndola. Esta noche se despedirán cuando oscurezca y los chicos comiencen a encender las hogueras en la playa. Algo en su interior le dice que no puede, que no debe esperar más. Así que de repente la mira a los ojos y sin pensarlo más, se come la última croqueta.


Sevilla, Junio de 2013

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